Me perdí en la primera curva, ahí nomás, en una de las rectas, a la subida.
Tomé a la derecha bordeando la loma para no volcar (creía que la falta de
costumbre y la tensión contenida por el viaje me haría derrapar) y continué el
ascenso. Al encontrarme encerrado, esquivé un badén inmenso para no caer en un cauce
profundo. Despacito y en segunda, como analizando el camino me aventuré; con
los sentidos a flor de piel y la vista atenta decidí cruzar la siguiente loma, perfectamente
igual a la primera, pronunciadas y lisas. Continué la marcha, tome por el bajo nivel
y cruce por un pequeño túnel, húmedo y resbaladizo sin duda. Apenas cabía yo, quizás
uno más. Lo cruce al paso. Era peligroso estacionarse ahí y pero seguí adelante
y en subida plena a pesar de ser un punto sensible del camino, neurálgico.
El paisaje se amplió un poco, el panorama parecía más claro. Pasé por
un trigal soleado, finamente cosechado y luego hice un buen trecho por unos
prados levemente ondulados. Adelante el camino se hundía en un valle soberbio
entre dos colinas de laderas limpias, pero de las más agradables y fértiles que
pueda haber disfrutado. Me detuve allí y escalé una de ellas y jugando un poco
en la cima (entre aparentes, apenas perceptibles y vertiginosos temblores) observe todo el paisaje y miré hacia abajo reparando en todo lo que
ya había recorrido . Tratando de no demorarme ascendí también a la otra colina
para ver si la sensación allí era igual que en la primera y descendí rápidamente
para continuar mi periplo. La tarde comenzaba a caer y la temperatura aumentaba
a medida que ascendía.
Extrañamente y casi por instinto, al final, no estaba tan perdido.
Obligado por las circunstancias me las ingenié y con creatividad y estimulo
igual llegué y me metí en tu cabeza, donde quiero ir siempre, para estar allí,
para que me pienses, para que me llames cuando estés queriendo que te recorra
con mis palabras.
Paul Gasê