domingo, 21 de febrero de 2016

el reseco corazón

 
 
Estoy en el borde y en la cima, miro casi con el mismo afán y sentimiento hacia abajo y hacia arriba, anhelante de algo. No tolero mi mirada en el espejo ni la ajena, el hambre y la sed, el deseo, la miseria. Quiero explotar los ríos interiores y que me inunden hasta ahogarme y ya no puedo, como no puedo pararme ante ella y ante todos para amarlos o tan solo mirarlos desde lejos y reírme. Ayer cantaba con vehemencia mis hazañas, hoy recito indiferente mi dolor, mañana quien sabe, es probable que no esté en esta prisión de sangre y tierra. Confío en que todo al fin se desvanezca como la espuma del mar cuando la absorbe la arena, como ese sueño que no quiero dejar, y que sufro cuando empiezo a abandonar su universo onírico y perverso, pero lleno de sus besos. 
Siempre busco confundido y nunca encuentro lo debido, lo que es digno de alabanza, lo que sirve, sea herejía o divino, como fuere, no me importa, lo que quiero es que sea puro, que sea palpable, que le haga frente al absurdo y a la burla. Camino muchas veces convencido que soy alto como espiga que se erige entre la hierba, dorado como soles y sabroso como manjares de reyes, como milagro de dioses; pero entonces me doy cuenta que estoy quieto, en soledad o abandonado, que no voy a ningún lado, que hay inercias que levitan mi pasado y mi presente en la boca de un embudo oscuro, como agujero negro, puerta a otra dimensión que me atrapó y me absorbe y me retuerce hasta dejarme casi seco para escupirme hacia afuera de repente y me deja respirar y reponerme, como perro cuando juega con el hueso.
Cuán difícil es querer y no poder ni acomodarse para ver tu propia sombra cuando se la come la noche o cuando la revive el sol; el hartazgo de sentirse tan perdido que mil brújulas de cuatro nortes y cien estrellas guías que se mueven como quieras siquiera puedan arrimarte al fin a la entrada de donde se te antoje ir. Cargo culpa a la traición de mi desdicha, como quien llena de monedas el cofre de los sueños que jamás quieren hacerse realidad; como un ave negra que produce descendencia sin trabajo y sin sufrir poniendo huevos en el nido de otro bicho que lo incube para luego sucumbir a su voracidad.
¡Ay! Que condena que es vivir si solo anhelo morir; si el deseo de vivir que de tanto en tanto se asocia con los goces del amor o a los amigos, al trabajo o a una tarde a la sombra frente a un rio, es tan corto, tan débil, tan efímero, tan pero tan pobre que se apaga como vela, miserable, descartable, sumisa al tiempo y a la llama que la quema. Es esa sed que se disfraza de hambre, y esa hambre impostora que se confunde con sed y que uno de una vez cree que ha de saciar y se transforma después en el vómito del alma y queda allí en el suelo, todo uno, mezcla de frutos prohibidos, de carnes podridas y de vinos, revuelto de besos comprados sazonado con actos divinos. Es ese dulce de higos que se quema y desperdicia dejando amargo tanta azúcar en mi lengua, que ha perdido la razón de ser placer y se convierte en basura que ni los cerdos querrán.
Cantó el poeta español de que la vida es un rio, que todo tiene un final y eso que él lo ha vivido hace cientos de años atrás cuando en honor a su padre reflexiono de la vida y de la muerte, tan realista de injusticias protestando, de ilusiones reprimidas que el ser humano se come para sobrevivir, para poder existir entre otros sin ser el blanco de la maldad de todos o ser el oro que un fuerte o dos quieran de él explotar. Entonces, si todo siempre es igual, si siempre vuelve a empezar el mismo ciclo… ¿Quién me puede condenar si me quisiera marchar?, ¿Quién es capaz de levantar su voz para decir que es mejor o que es peor, si todos estamos igual buscando el porqué de ser humanos o esto que somos, un destino que nos colme, una familia y un tesoro en nuestro suelo, cuestión de gran valía para el necio habitual, paradigma de esta vida, denotado simplemente en la sublime ambición y común necesidad de sentirse bien amado? Pero hay algo, siempre hay algo que aún no puedo entender, que no me deja partir, que quiero descubrir para ser libre por fin, de una vez y para siempre, para la eternidad o para ser transformado en otra cosa o para como quieran llamarlo los que saben de cuestiones filosóficas y divinas redenciones, problemas que dejarán de importar si nada puedo llevarme de esta vida, ni tesoros ni recuerdos ni bondades.
El error que cometido ha sido siempre derramar como perfume a los pies del salvador lo que soy, mi contenido total, si guardarme ni un poquito de mi mismo para mi en esas fuentes cristalinas, sin pensar, sin mirar si era agua, si era sal o si era acido mortal; espejismos perversos que corroen desde adentro las virtudes, que te absorben otra vez como esponja y te escupen cuando al fin ya no hay nada que sacar. Si es así como está escrito desde antaño que a cada día le basta su propio mal, he vivido ya eternamente el universo temporal; el cronometro de la historia total de la cruel humanidad ha pasado por mis poros desde afuera y hacia adentro y luego ha salido de mi llevándose cuanto tengo, y jamás ha regresado, aunque a veces creo sentirlo como bestia, esperando que me entregue al fin y cobrase lo que debo.
Fragmento de ¨Je Suis Désolé¨ - Carta a mi conciencia, de Paul Gasê.

sábado, 20 de febrero de 2016

el quebranto


 
Nada… no me queda nada.
Puedo sentir la lucha, el filo de la espada,
El marfil del diente que se quiebra,
La condena del que mira, del que canta,
La palabra fría de justicia
Que me empuja y me descarta.
Y al final, la inmadurez que me traiciona
Como fuego que me quema las entrañas.
Tengo en un puño mi sangre
Y en el otro toda el agua;
Toda el agua bajo el puente que se ha ido,
Los desechos en la playa,
Las monedas de la fuente y mis deseos
Y los tuyos  tan podridos,
Tan amargos como espinas en mis dedos
Tan bonitos mis recuerdos y tu pelo.
Con el viento me disuelvo y vuelvo a ser
Y con cada amanecer vuelvo a morir
Para entonces revivir y sufriré aún más
Y así,  en cada intento de volar
En la risa y en el llanto derramarme
Como lluvia de una nube, negra y alta
Que te abraza y que te espanta desde el aire.

 
                                             Paul Gasê