viernes, 17 de enero de 2020

abstraerse


Tiempo, amor y muerte, tres abstracciones de las que no puedo escapar.

Tiempo que no quiere parar, no lo puedo detener.
Deja detrás al amor, por el cual quiero morir.
Porque morir por amor o por amar,
me roba el tiempo lineal y se vuelve eternidad,
y muero todo el tiempo
esperando la muerte que al final pueda llegar;
la que temeré enfrentar,
la que llamo por dolor,
la que ofrecí por amor.
Amor que causa dolor, al que tiempo no le di y murió,
su tiempo terminó, la muerte lo alcanzó,
porque no tiene tiempo ni amor, es pura eternidad y no tiene control.
Muerte que comulga eternidad, solo espera no morir sin amar.
Quiere del tiempo ese don, el de morir y terminar,
porque espera no morir sin haber amado, a mi sombra,
contando el tiempo muerto. Y la veré yo, llorar
y con dolor porque no ha sabido amar
teniendo la eternidad toda a su favor.

                                                                                                  Paul Gasê

jueves, 16 de enero de 2020

en 20´

Los higos de Manolo el almacenero son formidables. Salieron de postre, bien almibarados, dotados de éxtasis, sublimes pero pocos. Tienen eso que te transporta vaya a saber desde cuándo y que lugares de hace tiempo y  hasta que se yo que sensaciones que parecían ocultas.
La tía Elba los sirvió con tan poca, no se qué crema con gusto a naranjas o limones, creando una cubierta sobre los arrugados frutos macerados en el mismo maraschino que se ve le había quedado de la última vez que nos invitó a la yerra; o lo compró en lo de Manolo cuando decidió bajar los higos más altos, a cañazos, esas brevas que los gorriones les gusta comerse y hacerlos ofrenda, primicias de la vieja higuera, tan vieja como la tía.
El farol entró a hacernos perder el foco de los restos que navegaban en el meloso fondo de las compoteras; era tiempo de volver. Arranqué despacio, la reina de la noche esta vez no acompañó el periplo, alunada como ella sola, despechada, porque cuando se nubla le clavo la mirada y la persigo pero cuando se limpia el manto eterno de la noche, las estrellas me miran y me pasean por sus lechos y la olvido como a Rosa, cuando las mellizas de la Tatusera me invitan a comer manzanas maduras de los arboles del fondo a la hora de la siesta. El pedregullo del viejo camino rural lastima las alpargatas dejándolas cada vez más bigotudas.
Todavía no amanece, nunca amanece, no va a amanecer.
Salimos la madrugada de ayer con el Fantasma, el chicho; él  va arrastrando los huesos, yo reteniendo los higos en la lengua vacía.

                                                                   Paul Gasê