Miraba la piedra la brisa a la flor besar. Solo el musgo húmedo la acaricia, este no la oscila en el éxtasis como a aquella que se agita placentera. El mar con artificio la besa y la orada, la carcome hasta la arena. No es el mismo amor y aún así lo espera, como fresa la cercena. Agonía colosal.
Escapando a las cumbres, junto a las nubes subió y no atinó, no había besos allí, no había céfiros ni cortejos. Eolo la castiga menguándola mansamente. Eternamente envejecida, como viva pero muerta, mira y no ve, dice y no habla. Su llanto es de colores pintado por el tiempo. Perforada por lágrimas de mil veranos, sofocada por albas mantas ya no ha de volver a la playa. ¨Si pudiera ser la arena que el recio mar se lleva viviría¨ suspiró. Tal vez solo ardería como brasa con el sol en el cenit y se ahogaría cada noche sin morir.
La flor se marchitó, aún el hálito fue cruel igual, profanó su frágil pedestal y se marchó. Entonces, parado firme en el cantillo todo contemple, vi a un calmado mar, sentí el viento en la piel y bebí del cielo azul. Al fin, con la arena viva en los pies caminé en el nadir detrás de la pasión hasta posarme en mi sol hasta quemarnos de amor.
Paul Gasê