martes, 15 de septiembre de 2020

Una de vampiros

 Abandone su cuerpo tanto o más desnudo que al llegar.

Desprovisto de alma, redoblado de ansiedad volví a ser el peregrino de los abismos más cautos, de las cumbres más deliciosas.

Supe saber cómo hacer para corroer el placer y drenar las miradas de las perdidas estrellas de mi travesía; todas ellas llenas de brillo, inconscientes, de pieles dulces vulneradas por las lenguas poderosas y sutiles.

Comí ostras del mercado más fresco tan solo propiciando y blandiendo palabras ociosas, cargadas de un arcenal concupicente. Me entregué a la caricia fría de la eternidad mientras la sangre hervía en cada una de mis extremidades a sabiendas de ganar o perderlo todo en dos o tres espasmos.

Hoy clavo dagas endulzadas de amores, en frágiles costados, sensibles, limpios de más por buscar la belleza indestructible, colmenas cargadas que esperan ser saqueadas por las garras hambrientas de una alud de mamíferos amanecidos del invierno.

Desgarro el corazón de cada bestia que aprisiona mis dolores; animales que fragmentaron el mío con promesas de joyas perennes, de pechos cargados de leche y campos de trigo, alimentos de mi ego.

Sobrevuelo las comarcas con locura convertido en aberración oculta, blanco pero negro, terrenal y alado, destrozado, monstruoso; sediento de sacrificios que conmuten mis oscuridades devolviéndome a la vida.

Esa vida que tenía cuando me ofreció su mosto, y me tomo en sus manos y me llevo a su lecho, desnudó mi cuerpo, extrañó mi oído, se tragó mi lengua, se montó a mis carnes, parió gemidos indecibles mientras careciendo de vacilo alguno se comía mi cuello vaciando mis arterias inflando el remanente con oscuridad  y  hambre y sed y necesidad y sed.

Abandone su cuerpo tanto o más desnudo que al llegar.

Desprovisto de alma y de espíritu, redoblado de ansiedad volví a ser el peregrino de los abismos más cautos, de las cumbres más deliciosas.

                                                                                                                      Paul Gasê


jueves, 23 de julio de 2020

declinación, decinencia, destino




Por ese resquicio que el deseo deja
Entre escudos férreos, entre la madeja;
Deseo exceptuado por las circunstancia,
Cubierto de noches de melancolía,
De mentes pesadas que anhelan vencer
De llantos y luchas en plena agonía.

Allí a la sombra del tratado implícito
Se hallaron desnudos, ciertos y puros
Alados, seguros, distendidos, seducidos,
Erguidos, estoicos, solemnes, profundos.
Cargados los cuerpos de amores salientes
Entrelazaron tactos, ósculos y zumos.

Nocturnas batallas de afables vocablos.
Verborragias colmadas, asaltos, batidas.
Alusión a todo, a la vida, al sexo,
A infernas peleas pero bien paridas.
Quemaron las naves, llegaron a todo.
Cataron del diantre, se hicieron comida.

                                     Paul Gasê


viernes, 17 de enero de 2020

abstraerse


Tiempo, amor y muerte, tres abstracciones de las que no puedo escapar.

Tiempo que no quiere parar, no lo puedo detener.
Deja detrás al amor, por el cual quiero morir.
Porque morir por amor o por amar,
me roba el tiempo lineal y se vuelve eternidad,
y muero todo el tiempo
esperando la muerte que al final pueda llegar;
la que temeré enfrentar,
la que llamo por dolor,
la que ofrecí por amor.
Amor que causa dolor, al que tiempo no le di y murió,
su tiempo terminó, la muerte lo alcanzó,
porque no tiene tiempo ni amor, es pura eternidad y no tiene control.
Muerte que comulga eternidad, solo espera no morir sin amar.
Quiere del tiempo ese don, el de morir y terminar,
porque espera no morir sin haber amado, a mi sombra,
contando el tiempo muerto. Y la veré yo, llorar
y con dolor porque no ha sabido amar
teniendo la eternidad toda a su favor.

                                                                                                  Paul Gasê

jueves, 16 de enero de 2020

en 20´

Los higos de Manolo el almacenero son formidables. Salieron de postre, bien almibarados, dotados de éxtasis, sublimes pero pocos. Tienen eso que te transporta vaya a saber desde cuándo y que lugares de hace tiempo y  hasta que se yo que sensaciones que parecían ocultas.
La tía Elba los sirvió con tan poca, no se qué crema con gusto a naranjas o limones, creando una cubierta sobre los arrugados frutos macerados en el mismo maraschino que se ve le había quedado de la última vez que nos invitó a la yerra; o lo compró en lo de Manolo cuando decidió bajar los higos más altos, a cañazos, esas brevas que los gorriones les gusta comerse y hacerlos ofrenda, primicias de la vieja higuera, tan vieja como la tía.
El farol entró a hacernos perder el foco de los restos que navegaban en el meloso fondo de las compoteras; era tiempo de volver. Arranqué despacio, la reina de la noche esta vez no acompañó el periplo, alunada como ella sola, despechada, porque cuando se nubla le clavo la mirada y la persigo pero cuando se limpia el manto eterno de la noche, las estrellas me miran y me pasean por sus lechos y la olvido como a Rosa, cuando las mellizas de la Tatusera me invitan a comer manzanas maduras de los arboles del fondo a la hora de la siesta. El pedregullo del viejo camino rural lastima las alpargatas dejándolas cada vez más bigotudas.
Todavía no amanece, nunca amanece, no va a amanecer.
Salimos la madrugada de ayer con el Fantasma, el chicho; él  va arrastrando los huesos, yo reteniendo los higos en la lengua vacía.

                                                                   Paul Gasê