La otra noche tibia te escuché tranquilo bajo aquella luna débil y falaz. Se escapaba fútil sobre mi horizonte, mientras, con ternura tus ventanas blancas me aclararon todo y un poco menos. ¨ ¡Exacto! ¨, me dijiste vos, ¨fue esa ida y vuelta¨, una frase que te determina y que me deja pistas para interpretar. Voy notando así, lento pero lacónico, lo que te interesa y también el abrigo que le das paciente a tu corazón para no arrastrarte a algún desengaño supongo, o distanciando pasiones suponés, cortando las palabras que enredan tu alma a las letras de mis baladas.
Aún lejos y entiendo bien no arribar aún, si no me has entregado el pasaje de ida plena a tus pasiones ni puertas abiertas por donde pasar para cerrar el círculo y emprender la vuelta. Son solo ventanas, las que abriste un rato, aunque muy claras, me están tensionando, me tientan de a poco a dar ese salto para cruzar. Aterrorizado, paralizado estoy. No me consta que hay tras esa inmensa lumbrera que emitís desde tu interior. Tal vez solo sea un reflejo ampliado que se da en mi mente del deseo saturado de quemarme en tu sol o tomo ese brillo que te surge limpio y lo ensucio un poco con mi peregrinaje.
Ocurre creo, que no me animo a declarar las intenciones subjetivas de mi alma, las de la parte más pura y más ególatra, la que es todo fuego. Y es que quiero tus virtudes, que las mías son pocas y de no andar mostrando mucho a la luz del día. Pero eso ya lo sabés, te lo deje posando en la imagen acústica que intenta madurar tu entendimiento, muchas veces. Tal vez busco hinchar tu gluten con mis levaduras y lograr el maná que nutra el cielo o encender la chispa que enciendan las brazas que sirvan de senda hacia el propio infierno.
Me rio mientras leo lo que escribo, porque pienso en toda esa furia sensual que me provoca hacerlo, queriendo así, sin esperas provocarte. Seguramente mi verba termine apoyada en tu mesa de luz en un angosto encuadernado barato o como tierna reminiscencia en tu mente cual peluche en el respaldo de tu cama. Mientras escribo también lloro, porque entiendo mis falencias y mis dones anhelados que serán jamás regalo a mis virtudes; las tales atraerían tu atención, tu admiración, tu interés hacia mis ojos primero para luego devorarme de un bocado.
Si me ves oscuro, porque vos sos clara o mi brillo tenue ensombrece tu luz, mantené el alma donde la guardás, pues es sabio el cierre de tu corazón y eficaz la capa que cubre saliente las desnudeces que no son afines a mi obediencia. Por si el contrario creés que soy de lo alto y tus pies son barro, agua y distracción a mis sueños; no dejés que engañe tu vista las formas porque lo cierto es que sos más alta que yo. Pero rendíte, te lo imploro, porque no me animo a mostrar lo que soy, lo que tengo, lo capaz que soy de transformar tus horas, aquellas que dejés que tome el timón; que no son momentos de dejarte aislada sino de acompañarte en tu procesión, codo a codo como van hermanos, dos bueyes cansados bajo el rojo sol de la dura labranza.
Con esa luna falsa como mi testigo, fue esa buena noche de cercana charla, aunque yo en mi patio y vos en tu habitación, que mostraste algo de lo que cargás y no te ofendió mi galantería ni mi elocución, cuando te explicaba que me siento libre y que descanso escuchando el tono de tu fértil voz y todo aquello que ya estás sabiendo: sobre tus ojos, sobre tus manos, sobre tu piel; ahí donde quisiera estar, ese último lugar que jamás he visto y que es solo tuyo y de nadie más.
Me parezco al can que da vueltas y vueltas antes de acostarse a dormir su sueño. Decíme que ya sabés, que te diste cuenta lo que estoy diciendo con tantos verbos y sus conjugaciones, con tantos ejemplos y alegorías de lo que siento; de lo que sentirías si yo te dijera o vos lo supieras. Ante esta cobardía mía que no deja salir de mi lengua todo lo que escribo te pido encarecidamente que ya te des cuenta, que lo descubras pronto; porque no sobrellevo tener que ocultarte cuanto me gustas.
Y a mí, a mí me gustas tanto.
Paul Gasê